lunes, 24 de mayo de 2010

Lolita*

“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana… Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”, escribe Nabokov en la primera página de esta extraordinaria novela, y acaso las páginas siguientes estén destinadas a explorar esa tórrida y perversa relación entre Humbert y Lo, entre Humbert y Lola, entre Humbert y Dolly, entre Humbert y Dolores, y sobre todo entre Humbert y Lolita; pero siempre Humbert y Humbert, porque se trata de una confesión de un pederasta -locamente enamorado- a los lectores, pero que en el fondo, es siempre una auto confesión.
No voy a contarles todo el argumento de la novela, diré tan solo que trata del amor de un hombre maduro por una púber, que solo puede terminar aplastada ante lo fatal y sórdido de ese sentimiento. Diré también que la película no pudo (era inevitable) capturar toda la atmósfera que crea Nabokov, aunque la última escena es notable. Y tengo que advertir que la promoción que se hace del libro, aún en sus contra tapas, poco tiene que ver con lo que en él se narra. Baste decir, que nunca llegamos a penetrar en la intimidad del lecho de los protagonistas.
Quizá por lo acabado de decir, el libro contiene una explicación “Sobre un libro llamado Lolita”, escrita por el propio Nabokov, en el que cuenta las peripecias editoriales para lograr publicarlo y los mal entendidos que generó; y entre líneas se puede leer una magnífica descripción del papel del artista en general y del escritor en particular. Finalmente, nuestro autor se queja de que nadie haya reparado en su tragedia personal de tener que escribir en un idioma distinto al ruso, su lengua natal; y eso nos da pie para pensar en nuestra propia tragedia: la de leer Lolita, no en ruso, ni en inglés, sino en una versión traducida que cuánto nos habrá hecho perder de la genialidad de Vladimir Nabokov.
Sin duda una novela de primer nivel, que como todo clásico no pierde actualidad. La pederastia está puesta en cuestión y por momentos los argumentos de Humbert suenan convincentes en su justificación, pero al final queda claro, que el amor (porque era eso y no sexo solamente) es una fuerza destructora muy potente.

*Nabokov, Vladimir. Lolita. Ed. Círculo de lectores, Barcelona, 1997.

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